28.9.08




HAVANA EN BLANCO Y NEGRO_

Unos buitres negros hacen circulos en el cielo blanco, entrando claroscuros en la calle polvorienta. Baja presuroso la mirada, atenta a la acera carcomida bombardeada por el abandono. Mirada atenta en cada pisada, sorteando hierros retorcidos, negros agujeros no reparados en la moral orgullosa, que en cada esquina rie a carcajadas y arrulla la voz
-de donde eres, mi amor-, -de España, alma mía, pero no me entretengas que me escoño, y no llevo la antitetánica, corazón tu ya sabes....

El humo negro de un tremendo chevrolet blanco se alza superando los girones de contraluces, luces y sombras de sus ornamentadas fachadas, sedientas de cornisas y frescos porches retranqueados, sustentadas por presumidas columnas neoclásicas, tímpanos y frontones. Las fachadas, orladas de querubines o entrelazados, o acaso de bajorrelieves elegantes, sinuosamente geométricos, del art-decó, todos proyectando su fuerte relieve.

Ya lo decía aquel viejo profesor de pintura, guiando de mi mano el difumino, ...-sabes donde encontrarás el punto más claro, donde dejar el blanco del papel sin ningún pigmento?.... busca donde se encuentra la zona más oscura....estará cerca. Y es cierto, en las tinieblas, donde vagan escalas de grises, no se encuentran negros tan cerrados, como en esa aleta de la nariz de nuestro vaciado de escayola de David, ante Goliat, cuya punta desafiante es un pequeño punto de papel en blanco, en nuestra lámina minuciosamente emborronada.
La tarde ha bajado, y por el bulevar del paseo del Prado entran bocanadas de brisas del malecón, y se apresura el paso. Inmensos árboles tamizan la luz casi oblicua que acaricia, y la fresca brisa que refresca la piel bajo la ceñida y humeda camiseta. Es una calle jardín, bellamente urbanizada con exuberantes mármoles y forjas, en el malecón paramos una maquina con las piernas cansadas, y los brazos llenos de libros que no pesan, de escasas tintas y flexibles tapas. Su sonrisa es muy blanca, y su tez muy negra, y su pierna y mi pierna entrelazadas, con el mar entrando por la ventanilla

Las luces se apagan, los presurosos acomodadores centellean con las linternas, y la claridad de la inmensa pantalla nos aprieta contra los mullidos butacones de escai, pupilas encogidas. Y ya entra el viejo cartero pedaleando, y la Pasión según San Mateo, y los 14 minutos de travelling, y todo lo demás, salimos del cine perturbados, y herramos por la 25, atravesando Paseo, y deteniéndonos por fin en G, vayamos a ese banco. No entiendo nada, pero esos bosques de abedules y esos interiores desnudos, ese juego de escalas...el diseño escandinavo, el cementerio de Asplund, la enigmatica presencia del cartero, y su bello regalo. El acto sexual atávico con la mujer primitiva, la purificación por el fuego, la muerte, y la vida, y han pasado las horas, tenemos sed, subimos G , es un jardin, un bulevar fresco de grandes arboles podados, bajo los que los bancos próximos, por el uso, han producido oquedades casi como cuevas sombrías de resinosos perfumes.

No hay mas que hacer, ni donde ir, bebidas que comprar, salir o entrar, quedarse o abandonarse, no hay nada más que lo que hay, tampoco hay un café, un auto que agarrar ni nada en la nevera que ofrecer, aunque sl final, siempre aperece una botella de ron, en la casa se oye musica y voces, subimos...


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